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AUSENCIA PRESENTE



Por Martha Aguilar.

A los que, aún en la ausencia, siguen con nosotros.

“O sea que hay que pelearles el partido en otra cancha que no sea la del mero debate político. Hay que pelearles el partido y meterles goles. Aunque sea desde fuera del área.”

M. Benedetti

I

Pasan lentas las horas

cuando se está fuera de la cárcel.

Lento, como el patrullar de los cerdos

que nos miran en nuestra espera,

que se saborean la angustia

de los que buscamos,

de los que esperamos,

a nuestros presos.

II

Recuerdo que un día le pregunté a mi vieja:

-Mamá, ¿hay grillos en la cárcel?

Y ella me abrazó fuerte

como si la hubiera atravesado un recuerdo

o un presagio.

-No, me dijo seca y nerviosamente,

acariciando mi cabeza.

Pasado el tiempo descubrí

que había por montones,

y que cuando cantan

no lo dejan a uno dormir por las noches.

III

¿A dónde van los presos políticos mamá?

¿A dónde es que los llevan?

¿Qué lugar del mundo es tan grande

como para que encierren

una causa noble

y tanta injusticia?

IV

En el sur le dicen cana,

los anglosajones le dicen algo así como yeil

nosotros casi siempre le decimos prisión o cárcel.

Y cuando pequeños

aprendimos

que dentro de sus altas paredes

se encierra a los “criminales”.

Pero después crecimos;

y entonces, nos dimos cuenta,

de que una cárcel

también aloja la tortura

los gritos

las violaciones

la ignominia

la tortura

la vejación

la injusticia.

Por fin nos dimos cuenta

de que también podría alojarnos

a nosotros

y a nuestros compañeros,

y que nuestro mayor crimen sería

luchar por la justicia.

V

Hoy escuché varias veces la palabra represión

mientras exigíamos la libertad de nuestros presos políticos.

Pareciera que, para algunos, represión es una palabra de moda.

En las consignas, pedimos que la paren,

o gritamos fuertemente: ¡Gobierno represor!

añadiéndole, antes o después, alguna ofensa.

En ocasiones decimos también: ¡abajo el gobierno represor!.

Uno escucha a los compas hablar de la represión

hasta con lujo de detalle,

pero lo que hay que detallar detenidamente

es su carácter de clase,

que esa represión que sufrimos

es para salvaguardar los intereses de la clase dominante,

que en este sistema, el capitalismo,

buscara asegurar la opresión

que ejerce el explotador

sobre el explotado.

Y habrá de llegar el día

en que el proletariado

reprimirá a la burguesía,

para que después, al fin,

no haya más represión.

VI

A veces pareciera como si fuera la primera vez,

como si toda la lucha de antes no alcanzara

para dejar de ser un antecedente,

para comenzar a ser una experiencia.

Porque pareciera que lavan las calles, las plazas,

pero tristemente, también las memorias,

en las que, a veces, no cabe otra cosa que la novela de la tarde

o la preocupación de vivir a medias;

volviendo sentencia el “aquí no ha pasado nada”,

para que mágicamente, en el discurso oficial,

que se sirve a la mesa de cada casa,

uno se trague

que nunca antes hubo presos o desaparecidos,

o que son cosa de otra época, de otros tiempos,

que aquellos que luchan y que lucharon

no son sino vándalos

de los que la justicia nos protege.

Sí,

la Justicia

esa, la de los ricos, la de los grandes monopolios,

la del funcionario sonriente,

la de los niños bien.

Esa de las cenas exclusivas y los banquetes,

la del vestidito de noche,

la de los cocteles,

la de los ladrones de cuello blanco y traje italiano,

la del zapato lustrado

y los coches encerados.

Sí, hombre,

la Justicia;

la mismita de los titulares que dicen:

“gobierno deja sin empleo a más de 40 mil obreros”

“mueren 50 campesinos en enfrentamiento con el ejército”

“aumenta la cifra de daños colaterales”

“se anuncian recortes presupuestales”

“tensa calma ante la aprobación del paquete de reformas”

“niega servidor público nexo con el narcotráfico”,

etcétera, etcétera, etcétera.

¿Cómo?, ¿que usted no conoce la justicia?

Permítame decirle entonces que aquí la justicia

anda en coche de lujo y con guaruras,

para dictar que habremos de trabajar,

quién sabe cuántos turnos, sin quejarnos,

para llenar los bolsillos de unos cuantos.

Sí,

la Justicia pues,

a la que nada le importa que todavía haya personas

falleciendo a causa de enfermedades curables

o por inanición

mientras tiran al caño

la sobreproducción de alimentos y medicinas

que se atora en sus mercados.

Permítame presentarle a la Justicia,

esa que ha matado a obreros y campesinos,

a estudiantes,

la misma que torturó a nuestros compañeros,

y nos obligó a ser esclavos modernos.

Sí,

la Justicia

esa que es ciega,

o más bien,

que se hace de la vista gorda

cuando de mirar para abajo se trata.

Sí,

la Justicia

que en el capitalismo no es sino una mercancía

y que, por cierto, se vende

al mejor postor.

VII

-¿Será que se pueden encerrar nuestros sueños?, me dijo una vez un compañero.

-¿Qué seríamos nosotros sin nuestros sueños?, le respondí.

Y mientras oscurecía en la celda, y un silencio inmenso se desbordaba por los barrotes, me atreví a agregar:

-Lo importante es que, allá afuera, todavía hay gente soñando.

Lo que no le dije, es que nuestros sueños son más que reales, y nadie puede encarcelar la realidad de la que nacen nuestros sueños, nuestras aspiraciones.

VIII

Por fin encontraron a María.

Dicen los compañeros que le estuvieron dando vueltas en la patrulla,

amenazándola y diciéndole improperios.

Manoseaban su cuerpo

como si quisieran arrancar del árbol la fruta madura;

después vinieron los golpes en el callejón,

la violación y la tortura.

Nunca supimos de qué acusaban a María.

La suya como otros tantos centenares

fue una detención arbitraria

mientras iba del trabajo a la casa.

Los medios dijeron que era peligrosa y violenta.

Nunca rindió declaración,

sólo recuerda haber firmado una hoja en blanco,

después de que confusamente escuchó

que le decían uno a uno los nombres de sus familiares

mientras se retorcía dolorosamente

en el suelo de un cuartucho del palacio negro.

Un día salió de ese monstruo que es la cárcel.

Muchos no corrieron con su 'suerte'.

IX

No seremos los primeros

y probablemente

no seremos los últimos

en alzar fuertemente nuestras voces

con las consignas del pueblo:

Que si queremos salud,

es verdad que la queremos,

que si queremos empleo digno

educación

vivienda

aire

agua

y tierra

es verdad que lo queremos.

Se decía en los noventas:

“esas son hoy nuestras exigencias”,

pero antes eran también una exigencia,

y aún hoy

después de tantos años

y tanta lucha

son exigencia y consigna,

objetivo y meta.

Pero ya basta de pedir

algo que no van a darnos.

Comencemos por arrebatarles

lo que nos pertenece.

X

O sea que Libertad es una palabra enorme”

M.Benedetti

Uno siempre está entre cuatro paredes,

encarcelado entre cuatro paredes.

Aunque claro

hay quienes todavía se creen ese mito de la libertad.

Libertad de qué, me dije un día

Y no pensé gran cosa:

De ir a un supermercado (y salir con las manos vacías)

De endeudarme (hasta el embargo)

De tránsito (a pesar de nunca tener ni tiempo ni dinero)

De pensar (no importa que tenga que pensar lo que me imponen)

De decir (aunque me censuren y repriman)

De hacer (siempre y cuando no represente un peligro para el sistema)

De tener una vida (aunque, mi vida, se la deje toda a mi patrón).

¿Cuál es la fianza que hay que pagar

para salir de esta cárcel

de explotación?

La Historia nos lo ha dicho,

se llama Revolución.

XI

No cabemos todos en sus cárceles.

XII

a Nacho

Hay días como hoy

en que le dan a uno ganas de llorar,

días en que la tristeza

se le cuela a uno en los huesos

como se cuela el frío de las noches

a través de las ventanas.

Hay días como hoy

en que uno se siente impotente

pero con la esperanza

bien puesta en el futuro.

Hay días como hoy

en que a uno le dan ganas de llorar,

en que la miseria y la injusticia

se le meten a uno como una basurita en el ojo.

Hay días como hoy en que la rabia

que nos hace luchar

se parece mucho

a la tristeza.

XIII

Cuando haya que pasar

por el camino escarpado de la historia,

cuando tengamos que decir

quiénes son los culpables

cuando quieran tapar el sol con un dedo

y ocultar el número de muertos

o esconder a los desaparecidos,

no los perdonemos.

Cuando se atrevan a decir

que aquí no pasó nada,

nosotros sabremos

que a nuestro lado

hacen falta compañeros

que nos fueron arrebatados por ellos,

sólo por eso

no los perdonemos.

Y cuando digan que la Revolución

es cosa del pasado

que lo de hoy son las instituciones, la legalidad,

o agrietar al sistema -que tiene que ser derrumbado-,

o las asociaciones que hacen el trabajo

del que debiera encargarse el estado,

no los perdonemos.

Cuando nos crean débiles

y desmemoriados,

no los perdonemos,

porque el olvido

es la forma más miserable

de perdón.

XIV

Hay un juicio que no perderemos:

el juicio de la historia,

el de clase contra clase.

Nuestro abogado

es y será, siempre,

el Pueblo.